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jueves, 7 de abril de 2011

CARTA A UN ECOLOGISTA SUECO

Querido amigo:
Hace poco visitaste las minas de Almadén, aprovechando un viaje de vacaciones que hiciste al sur de España, y ahora que has vuelto a tu país me mandas una carta de agradeci­miento por nuestras atenciones, en la que te noto un poco, cuando menos, confuso. Supongo que traías unas ideas preconcebidas de lo que te ibas a encontrar en Almadén, y me imagino cuál ha sido tu sorpresa cuando has visto nuestra comarca en primavera. Ahora, ya más tranquilamente, quiero exponerte mi opinión sobre el mercurio y el entorno natural, que tanto te preocupa por tu condición de ecologista activo.
La Naturaleza es la encargada de aportar al ecosistema el mercurio procedente, en su mayor parte, de la desgasificación del manto terrestre, en forma de exhalaciones en algunas erupciones volcánicas. En ciertos casos favorables, estas exhalaciones pueden quedar atrapadas, dando lugar a yacimientos de mercurio, como es el caso de Almadén. Tarde o temprano, parte del mercurio puede entrar en el ciclo biológico pasando al agua, a la atmósfera o a los suelos, y puede ser fijado en las plantas o animales, pudiendo llegar en definitiva al hombre. Se han calculado en 150.000 toneladas anuales las que se suman al entorno de manera natural.
Este aporte de metal lleva sucediendo desde el origen del planeta y, por esta razón, el hombre y todos los demás seres vivos del entorno han estado siempre sometidos a una cantidad determinada de mercurio a su alrededor. Se calcula, por ejemplo que, en los océanos del planeta, hay más de 100 millones de toneladas de mercurio, es decir, unas 125 veces la cantidad extraída de minas por el ser humano en toda su historia. También se ha calculado el aporte anual antropogénico en unas 20.000 toneladas, cuyas fuentes mayoritarias son la minería y metalurgia de metales no férreos, y la combustión de carbón y medio ambiente, pero significa que el mercurio siempre ha estado ahí, y su presencia natural no nos ha afectado nunca. Un uso adecuado de él no tiene, pues, por qué motivar efectos negativos.
Decir que el mercurio es tóxico es una verdad a medias. El uso que se le ha dado en ocasiones es lo que lo ha hecho tóxico y hasta mortal. Todos los elementos del sistema periódico son venenos potenciales y, sin embargo, forman parte del medio que nos rodea y nuestra química está basada en ellos. Malas aplicaciones hechas por el hombre son lo que los hace contaminantes, peligrosos o mortales.
En el caso de Almadén, tenemos un ejemplo de entorno sometido a una alta concentración de mercurio ambiental. En primer lugar, de forma natural, las rocas que contienen el mercurio se meteorizan, liberando su contenido al entorno superficial y, en segundo lugar, a ello hay que sumar la cantidad aportada por la actividad minerometalúrgica desde hace varios siglos. A pesar de todo esto, hace una decena de años se realizó en esta comarca un estudio epidemiológico, liderado por la E.P.A. (Environmental Protection Agency) de Estados Unidos de América, para intentar esclarecer la influencia de este metal sobre la población. El resultado fue que no existía efecto alguno ponderable sobre ella, y tampoco sobre la vegetación o la fauna de la zona, excepción hecha de los trabajadores expuestos en el pasado, sin medidas adecuadas, directamente a los vapores de mercurio, liberados en las operaciones metalúrgicas o en las labores mineras subterráneas.
Hasta la década de los 50, el hombre no comienza a sintetizar compuestos orgánicos de mercurio. De ellos se ha mostrado especialmente peligroso el grupo del metil-mercurio, neurotóxico y de difícil eliminación, siendo éste responsable por mal uso o descuido de algunas de las tragedias por envenenamiento más renombradas. En 1953 apareció entre los habitantes de la bahía de Minamata, en Japón, una misteriosa enfermedad cuyos síntomas habían mermado la salud de 121 personas, muriendo 43 de ellas, con un cuadro de síntomas que ha pasado a la historia como enfermedad de Minamata. Poco después de resolver la situación, en 1965, se desata un episodio similar en el delta del río Agano, cerca de Niigata, en la isla de Honsu, con 47 afectados, 6 de los cuales fallecieron. Investigaciones de los científicos de las universidades de Kumamoto y Niigata encontraron que la enfermedad se presentaba en algunos sujetos que consumían grandes cantidades de pescado. En éste se encontró el responsable de la intoxicación: se trataba de mercurio en forma metilada, en concreto un compuesto alquil-mercúrico, producido a partir del mercurio de la sustancia catalizadora empleada por fábricas de plásticos y que, descargado en las aguas residuales, se encontraba en el pescado y el marisco del agua de la bahía.
El caso de Irak, de tintes más dramáticos, se inició en 1971. Causó la hospitalización de 6.530 personas, de las que murieron 450. El suceso se produjo por consumo no autorizado de trigo y cebada tratados con fungicidas alquilmercuriales, El grano había sido importado tras una fuerte sequía, y demasiado tarde para ser sembrado por los campesinos, quienes, ignorando las advertencias, molieron el grano (coloreado para ser distinguido) para consumo doméstico. A pesar de que el gobierno de Irak intentó confiscar todo el grano posible, sólo se recuperó un 7% del total. Ya en 1956 otros 100 iraquíes se vieron intoxicados por síntomas que afectaban el sistema nervioso central, muriendo 14 de ellos. El causante fue un fungicida denominado Granosan M., que contiene un 7,7% de un compuesto de etil-mercurio con el que se había tratado el cereal consumido.
Estos ejemplos han sido usados para crear en la opinión pública un fenómeno de histerismo y rechazo indiscriminado hacia cualquier uso del mercurio, llegando a ser prohibido o restringido en algunos países (Japón, Suecia, Canadá, U.S.A.) cualquier derivado orgánico de éste. Un ejemplo en el sector de la minería es el uso del cianuro como sustituto del mercurio en los procesos de obtención de metales preciosos. El alto coste del mercurio y su mala fama llevaron a desarrollar procedimientos alternativos, uno de los cuales, denominado lixiviación en pila, consiste en triturar la mena y apilarla, rociándola abundantemente con cianuro, el cual capta el oro y la plata, entre otros metales, y del cual luego son precipitados. Es evidente que ni el cianuro es inofensivo, ni los residuos del proceso son en la mayoría de los casos reciclados debidamente.
Es indiscutible la degradación casi irreversible a que estamos sometiendo a nuestro planeta. El control y limitación del uso del mercurio, cuando éste sea potencialmente dañino, es lógico y exigible, teniendo en cuenta las grandes reservas que de él existen y su baja cotización, que podrían estimular aún más su utilización, despreocupándose de su posible recuperación y reciclado.
Una solución viable sería evitar el empleo del mercurio en usos disipativos que impidan su reciclado y que, por tanto, hagan inevitable su liberación al entorno (pinturas, pesticidas, etc..) y, por otro lado, hacer más eficaces y limpios los procesos en los que este metal actúa, permitiendo ser recuperado y reciclado. Y en el caso de no poder ser reemplazado o eliminado por imperativos económicos o de eficacia, como en el caso de los fungicidas, sustituir, al menos, los metil-mercuriales por fenil-mercuriales, igualmente fiables y que, debidamente empleados, no suponen daño alguno ni para el hombre ni para el medio, reduciendo a la vez la cantidad aplicada. Así, las rociadas que se hicieron durante años, a razón de 1.100-2.800 litros por hectárea, para humedecer por completo los cultivos, se han reducido hasta 3 l/ha, conservando su eficacia.
Pero no podemos dejarnos despistar por intereses que, amparados en un ecologismo superfluo, manipulan la opinión pública confundiéndola para, en muchos casos, imponer soluciones que no son tales, pero que resultan más rentables. De vez en cuando un parche tal, como la limitación del uso del mercurio, consigue varios objetivos: por un lado, abre el mercado a productos sustitutivos que antes carecían de aplicación y, por otro, distrae la atención del público de asuntos que pudieran ser más importantes. Según el especialista en el tema, profesor Goldwater, “Ias reacciones psicológicas ante la falta de información, la distorsión y la exageración han producido más daño que el propio mercurio y amenazan con producir serias perturbaciones ecológicas".
Parece existir una campaña de descrédito hacia el mercurio, basada en hechos por supuesto preocupantes, pero no más por ejemplo que las graves intoxicaciones por pesticidas organofosforados en Norteamérica, aún legales. 0 también, y a juicio de A. Davinson del Institute of Neurology de Londres, el plomo, cuyo peligro potencial es mucho mayor, considerando además que gran parte del que se usa como aditivo en gasolinas acaba en la atmósfera más cercana al ser humano. 0 si nos atenemos a la idea de la extrema toxicidad del mercurio, el consumo de pescado en general y de algunos en particular debería estar prohibido. El atún, por ejemplo, concentra el mercurio del agua oceánica, llegando, en aguas libres de contaminación artificial, a 0,3 mg/kg., esto es unas 10.000 veces la concentración de su entorno. Es por esto, entre otros factores, que más del 25% de la población, teóricamente no contaminada, dé positivo en los tests de mercurio.
Según el profesor Felipe Calvo, en su discurso "Cara y Cruz del Mercurio", "España está en deuda con el mercurio. Debemos aceptar el reto que la situación actual constituye, y poner en marcha un sano desarrollo de sus posibilidades, mediante una realista y objetiva revisión de toda su problemática y controvertida utilidad. Enfrentarse con serenidad a las azogadas reacciones histéricas y a los anatemas dogmáticos". Toda la coyuntura comentada desencadenó en primer lugar una caída de precios, desde los 570 $ el frasco en 1965, hasta los 140 $/frasco en la actualidad. El lógico y previsible que en el futuro aumente la producción de mercurio reciclado y que el primero sea desplazado o sustituido de algunas de sus aplicaciones. El reto está precisamente en encontrar otras alternativas correctas y útiles para este metal.
Y para terminar y contestando a tu pregunta de si puedes hacer algo por mí, te diré que sí, que puedes ayudarme a difundir la realidad de Almadén, donde, como has visto con tus propios ojos, no se ha detectado que el mercurio tenga ningún efecto negativo sobre la población humana, la fauna o la flora de la región, a pesar de estar sometidos a un nivel elevado de mercurio ambiental, procedente de la meteorización natural de las rocas recientes llevadas a cabo por científicos de diversos países, entre los que precisamente figuraban algunos compatriotas tuyos de la Universidad de Göteborg, han concluido que el mercurio metálico no está relacionado con ningún tipo de proceso cancerígeno. El mercurio, pues, no es más contaminante que muchos otros metales, aunque tenga peor fama que cualquiera de ellos, lo que ha conducido lamentablemente a la agonía a que se ha condenado a este metal y, en consecuencia, a Almadén.
Recibe un saludo muy cordial.

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