Retomando nuevamente el listado de emigrantes al Nuevo Continente, y acompañando como factor a Don Francisco de Escobar, partió al Perú en 1554, Diego Ruiz, hijo de Alonso Álvarez y de Isabel Ruiz. El 4 de febrero de 1561, se embarca en Sevilla, Pedro de Santiago hacia Honduras. Casado e hijo de Marcos García de Santiago y de María Sánchez, parte ilusionado, pensando en las ganancias que como mercader va a obtener con este viaje. Con la intención de establecerse como labrador y en la creencia de que se dirige a una tierra de provisión, marcha un mes más tarde hacia Nueva España (México) Alonso Martín Pachón, junto a su mujer Catalina de Saavedra y de su hijo Martín.
Unos años antes, Francisco Hernández Chillón, hijo de Alonso Sánchez de Fuenlabrada y de Catalina Sánchez, había llegado a México, donde habría conseguido establecerse de manera acomodada, pues decide volver a su tierra natal para convencer a su sobrino Diego de Fuenlabrada, de que comparta con él una nueva vida en aquellas maravillosas tierras. Parten del puerto hispalense con dirección a la Nueva España el 9 de febrero de 1563.
México, aquel territorio que ayudó a su conquista Francisco Casanuevo, va a ser uno de los destinos preferidos por nuestros viajeros. Así en mayo de 1566 se embarca hacia tierras mexicanas un hijo soltero de Hernán Rodríguez de Ribas, Álvaro Rodríguez , y cinco días más tarde lo hace su paisano Pedro Mellado , quien con las cartas enviadas a su hogar natal, consigue despertar en la mente de su hermano Alonso Romero el espíritu aventurero que le conducirá en junio de 1576 a trasladarse junto a él, como criado de Rui Díaz de Mendoza. Atrás quedan sus padres Antón García Mellado y Catalina García “La Notaria”, al cuidado del terruño que les vio crecer.
Conforme el siglo avanza, el Imperio de Ultramar se va extendiendo y, a la vez, pacificando nuevas tierras que atraen a los colonos peninsulares. Ahora serán los territorios del antiguo Imperio Inca los que llamen la atención de nuestros aventureros.
En enero de 1592 se embarcarán hacia el Perú los hermanos Alonso Sánchez y Bartolomé Sánchez Valverde, solteros ambos e hijos de Bartolomé Sánchez de Valverde y de María Álvarez. Por esa época, el franciscano Fray Alonso de la Cerda, sueña con cristianizar a los indios de Nicaragua y Costa Rica, y para ello busca compañeros de misión entre los Conventos del norte del Obispado cordobés. Junto a él viajarán en 1594, entre otros, Fray Pedro Ruiz y Fray Juan de la Cruz del Convento de Chillón, Fray Francisco de Los Ángeles y Fray Juan Guerrero, del Convento de Pedroches, Fray Juan de Santa María y Fray Pedro de Carmona, del cenobio de Belalcázar y del Convento de Los Ángeles les acompañará Fray Pedro Maldonado . Sobre la nao que les lleva a Centroamérica, los franciscanos piensan con algo de temor y sobre todo con la fortaleza que su fe les proporciona, en la generosa misión que les llevará a dar a conocer la Buena Nueva a esos indios que aunque asalvajados, como bien se ha cansado de repetir el padre Fray Bartolomé de las Casas, son seres con almas como las nuestras, y están llamados también a convertirse en nuestros hermanos en Cristo. Si sus feligreses que quedan en el Reino de Córdoba no consiguen participar de la Gracia Divina, no será por el desconocimiento de las enseñanzas que Jesús nos transmitió. La salvación de sus almas, ya sólo les compete a ellos.
Los españoles, no sólo se conforman con dominar todo el continente americano, también desean controlar parte del sur asiático y las rutas del Pacífico, y para ello, establecen su Cuartel General en las Filipinas. Pero se hace necesario repoblar estas islas con colonos, guerreros y letrados llegados de la Península para mantener ese dominio y poder organizarlo administrativamente.
Con esa intención, el 22 de junio de 1596, el bachiller Rodrigo Díaz Gural, abogado y natural de Chillón, acompañando como criado al licenciado Cristóbal Téllez Almazán, parte para las Islas Filipinas. Años más tarde, en diciembre de 1615, los hermanos Alonso y Luis Arias de Mora , escriben un Memorial a la Casa de Contratación pidiendo licencia para embarcarse en las naos que han de ir a Nueva España y desde allí, tomar las que van a Filipinas. La petición será aceptada y partirán como pasajeros en junio de 1616. Su otro hermano, Pedro Arias de Mora, seguirá su camino en 1619 al servicio del padre carmelita Fray José de San Eliseo . Hijos los tres de Juan Arias Caballero y de Catalina de Mora, quien fundará en 1645 una cátedra de Gramática en la villa de Chillón, un cuarto de siglo más tarde de la partida de sus hijos a las Filipinas.
Pero los tres hermanos no serán los “últimos de Filipinas”, ya que medio siglo después, Don Luis de Guzmán y Arraz, retoño de Andrés Martín Jiménez y de María de Mora, saldrá de Sevilla un 17 de abril de 1660 con la idea de asentarse en el archipiélago filipino.
No debía pasar por buenos momentos la situación económica de la familia formada por Diego Vázquez de la Cuadra y María Blázquez, con sus cinco hijos: Juan de la Puebla, Juan Sánchez de la Cuadra, Juan Martín, Juana Sánchez y Gabriel, cuando prole tan numerosa y al completo, se aventuró a cambiar de hogar a miles de kilómetros de su tierra natal, embarcándose un caluroso mes de junio de 1622 con dirección a Nueva España . En aquella tierra, intentarían forjar el futuro prometedor a sus cinco vástagos que su patria les negaba. Del mismo parecer debía ser su vecino y criado Juan Martín Muchotrigo , que marchó junto a ellos, y quien en 1636 moriría en México, dejando como heredera de todos sus bienes a su madre María Pérez, viuda de Luis López.
En palabras del mismo Diego Vázquez, se describe de manera detallada al grupo de aventureros que como Jasón y los Argonautas, se prepara para partir hacia su Cólquida particular:
“… digo que yo gané licencia del Rey Nuestro Señor con fecha de nuebe de febrero deste año de mil y seiscientos y veinte y dos para ir a la Nueva España llevando conmigo a Maria Blázquez mi mujer y cinco hijos y un criado y una criada que son los siguientes: yo el dicho Diego Bazquez y la dicha Maria Blázquez mi mujer, que yo el dicho Diego Bazquez soy de buen cuerpo, moreno de rostro como de edad de cuarenta años con una herida sana en la mano yzquierda y la dicha Maria Blázquez de buen cuerpo como de edad de treinta y nueve años que tiene señal de hoyos en la cara de viruelas = y los cinco hijos son de los nombres y señales siguientes - el uno se nombra joan que es de edad de diez y siete años, moreno de cara de buen cuerpo sin barvas y otro se dice joan Martin Casado, la edad de quince años que tiene en la cara señal de viruelas – y una hija que se nombra joana de mediana estatura, menuda de cara al parecer de edad de diez y nueve años – y otro hijo que se nombra Gabriel como de siete a ocho años – y otro hijo que se nombra joan de la puebla como de edad de veinte y dos años sin barvas cariaguileño con señales de viruelas en la cara = y un criado que se dice Joan Martin muchotrigo como de edad de treinta años con una señal de herida sana por bajo del ojo yzquierdo y una criada como de edad de treinta y cinco años de buen cuerpo que son por todas nueve personas y de cómo no somos de los prohibidos para poder pasar a la dicha Nueva España y asi mismo de cómo los dichos cinco hijos y criado y criada no son casados e yo el dicho Diego Bazquez y la dicha Maria Blázquez somos casados y velados según orden de la Santa Madre Iglesia de todo lo cual pido y suplico a VM (vuestra merced) mande recibi y la información que diere y los ... se examinen a tenor desta petición y enpublica forma y manera…”
De entre todos estos indianos, hubo uno que alcanzó bastante notoriedad, Don Pedro de la Bastida, nombrado por su Majestad Oidor de la Real Audiencia de la provincia de Guadalajara, en Nueva España (México). Nacido en la villa de Chillón el año de 1657, era hijo de Bernabé Caballero de la Bastida, familiar del Santo Oficio y de Doña María de Yegros, por tanto, hijo del mayor terrateniente de la Aldea de Los Palacios de Guadalmez en aquella época. Cursó estudios de leyes en el Colegio de Cuenca de la Universidad Complutense en 1677 y en junio de 1680 se trasladará a México a ocupar su nuevo cargo como Oidor, acompañado por tres criados, entre los que se encuentra Juan Sánchez Montano, natural de Chillón, soltero e hijo de Juan Sánchez Pellejero y de Doña Ana María de Montano . Fue nombrado también Consejero de Hacienda del Gobierno de su Majestad en Madrid, otorgándosele el título de Caballero de la Orden de Santiago. Ese mismo año, antes de embarcarse, venderá todos los bienes heredados de su padre en Guadalmez y que consistían en una media cerca que llaman de La Fuente, un huerto, parte de una viña cercada, una casa que llaman El Granero y un quiñón entre el río y las viñas. De su experiencia y académica pluma, vio la luz la obra jurídica “Alegaciones en materia de Indias”, una obra más para engrosar el “corpus” del Derecho Indiano. Buscó un buen casamiento, que ennobleciese su cuna, y así, contrajo matrimonio con la Condesa de las Amarillas. Falleció el 31 de Agosto de 1699.
Pero no todos los que se aventuraron a saltar el charco (una expresión coloquial muy actual por cierto, porque en aquella época, cruzar el Atlántico debía ser de todo menos atractivo), llegaron a conseguir establecer allí su hogar familiar definitivo o regresaron al terruño patrio cargados de riquezas y envueltos en gloria. Así parece ser que le ocurrió a Juan García de Hinojosa, cuando nombró como únicas herederas a sus primas de Guadalmez, por que probablemente nunca llegase a formar una familia en tierras americanas; o a Domingo Ruiz del Corro “el Viejo” y a su sobrino de idéntico nombre, fallecidos en Los Reyes, en 1646, legando todos sus bienes a los hermanos de éste último, Juan y Andrés Ruiz del Corro, vecinos de Chillón.
Otros, más piadosos, como Juan López Moreno de la Calle, que se afincó en la Ranchería de las Ventas de Pamplona, anduvo por tierras nicaragüenses y murió en Cartagena de Indias (Colombia) en 1621, dedicó sus bienes para la salvación y eterno descanso de su alma fundando una Capellanía en la Iglesia Mayor de Chillón y enviando limosnas a la Cofradía del Santísimo Sacramento y a la de la Veracruz. Los bienes restantes fueron repartidos por su albacea testamentario, el Capitán Lope de Estrada, entre sus hermanos, el presbítero Andrés López de la Gutierre, Ana Gutierrez y Catalina Sánchez.
Más triste aún es la historia de Juan Martín Velásquez, que fallecida su mujer, decidió partir al Perú para hacer fortuna atraído por los nuevos y ricos yacimientos de plata encontrados en Potosí, y hubo de dejar a sus hijos Pedro y Alonso, bajo la tutela de María Blázquez. Falleció en 1618 en la villa de San Luis de Potosí, donde había ejercido de comerciante de cierta fortuna, dejando en su testamento un legado de 16.280 reales y nombrando herederos a sus dos hijos. En su testamento no olvida tampoco incluir a su hermana María de Nieves y a sus sobrinos Juan Bautista de Igualada, Juan Ruiz Manuel, Diego Ruiz, Juana Ruiz, Ana Ruiz y Lucía de Igualada. Quedó aún dinero para constituir una Capellanía en la Parroquia de Chillón.
Todos estos últimos casos nos llevan a pensar que los colonos que marchaban a América con la familia, como era el caso de Diego Vázquez, tenían intención de establecerse allí, pero en otros muchos, la idea era ganar una pequeña fortuna y poder regresar algún día a la Madre Patria, donde les esperaban mujer e hijos o un buen casamiento. Esto explicaría el que muchos de los viajeros que marcharon solteros no buscaran en las Colonias una mujer para formar una familia. La muerte, taimada como siempre, truncaría más de una expectativa, pero justo es reconocer el valor y la osadía que estos hombres de tierra adentro lucieron en tan envidiable epopeya.
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