EL CURA ESPÍA LO CUENTA TODO | |
Religioso redentorista, especialista en Moral. Trabajó como espía para los principales servicios de inteligencia. Los médicos le han diagnosticado un cáncer terminal de pulmón. Sus memorias. Está escribiendo «El abuelete», un libro donde cuenta, con toda su crudeza, su experiencia como espía del Vaticano y de Israel. | |
POR JOSÉ MANUEL VIDAL | |
Pelo blanco, nariz aguileña («de judío», dice con orgullo), encorvado por el peso de los años, el padre Hortelano sigue conservando una mente absolutamente lúcida, una gran capacidad dialéctica y pedagógica y unos ojos azules que las vieron de todos los colores. Hasta la radiografía de su propia muerte, que le diagnosticaron hace unos meses, de improviso. «Como llegaba de México, me llevaron al Carlos III y me hicieron todo tipo de análisis para ver si tenía la gripe A. Cuando terminaron, el médico me dijo: 'Tengo que darle dos noticias. Una buena y otra mala. La buena es que no tiene la gripe A. La mala, que tiene un cáncer de pulmón en fase terminal'». Pero hasta eso asume con una enorme dignidad. «Me muero. Me quedan unos dos meses de vida. Pero no he querido quimio ni radio. Sólo cuidados paliativos». -¿Sin miedo a la muerte? -Ninguno. -¿Por qué? -Porque tengo fe y creo en el más allá. -¿Cómo le gustaría morir? -Con una sonrisa en los labios. -¿Y de epitafio? -La frase de Zubiri: «Pienso, luego existo y existo, no colgado de la nada, sino de Dios». Son las 10 de la mañana del miércoles 29 de julio. El padre Hortelano nos recibe en su habitación del convento redentorista de la calle Félix Boix de Madrid. Un cuarto pequeño y tan humilde como el de un monje. Una camita a la izquierda, una mesa de escritorio, llena de libros; dos estanterías y una puerta que da a un servicio, también pequeño. Huele a desprendimiento y austeridad. Se sienta en su sillón, se pone su mantita en las rodillas y se prepara para anticiparnos parte de un libro de memorias que ya está casi terminado. Se va a titular El abuelete. -Un título poco comercial. -Sí, pero como voy a contar en él cosas duras, prefiero revestirlo de un halo de ternura. Como algo entrañable y familiar. -Su testamento. -Mi verdad y una mirada a lo mucho que he vivido. En general, el padre Hortelano dice no tener mucho de qué arrepentirse. «A veces, no he tenido demasiadas vivencias religiosas y, en ocasiones, he sido egoísta y muy terco». En cualquier caso, no teme al juicio de Dios en absoluto. «Dios cuenta con eso. Pronto llegaré ante él y le diré: 'Aquí está Antonio reportándose'». Además, en su vida también hubo infinidad de cosas buenas. «De lo que más orgulloso me siento es de lo que he trabajado por los demás». Una vida entregada y repleta de penas y tristezas, como corresponde. Al echar la vista atrás, recuerda que nació en el número 80 del paseo de Colón de Irún. «A 500 metros de donde vivíamos estaba Francia». En el seno de una familia acomodada. De las fuerzas vivas del pueblo. «Mi abuelo materno, Antonio, murió a los 96, siendo el farmacéutico más viejo de España». A los 7 años, la familia de Antonio se traslada a Madrid. «Mi padre tenía leucemia y mi madre pensaba que en Madrid sería más fácil atenderlo. Le dieron un tratamiento de rayos X y fue un éxito para aquella época, pues duró hasta principios de 1931». Y en Madrid vivió, de niño huérfano, la época de la República. «En el instituto, donde fui compañero de Fernando Fernán Gómez, los jóvenes católicos llevábamos una cruz en la solapa y los rojos, un diablo con cuernos y rabo». Después vino la Guerra Civil y en su casa, se celebraban «eucaristías clandestinas con el padre Ibarrola». El padre Hortelano echa pestes de Rafael Alberti: «Metía a los prisioneros en cabinas de teléfonos con las paredes electrificadas con alta tensión». Y de Santiago Carrillo, que mandó fusilar a su tío. En cambio, alaba «la genialidad estratégica de Franco». Excelente estudiante, Antonio Hortelano profesa en los redentoristas el 24 de agosto de 1939. Y con sus extraordinarias dotes humanas y religiosas, pronto se convierte en una de las estrellas de la congregación. Alto, delgado y bien parecido, con sus gafas de pasta, parecía intelectual. Y lo era. Brillante, dicen que hablaba muy bien, que predicaba mejor y que daba clases como los ángeles. «Siempre fui muy popular entre los alumnos, porque, en mis clases, nunca leía. Siempre era esquemático, corto y creativo». Y, encima, sabía seis lenguas. Entre ellas, el alemán a la perfección. ESPÍA DEL VATICANO En la Curia romana se fijaron en él y entró a formar parte de los servicios secretos vaticanos. «Con misiones especiales y de una forma eventual», dice. Pero la verdad es que el propio cardenal Montini, entonces secretario de Estado del Vaticano y futuro Papa Pablo VI, le encomienda muchas misiones especiales. Un día le llama al Vaticano y le dice: «Sospechamos que el cardenal Mindszenty de Budapest ha sido drogado y, por eso, ha hablado por radio a la población a favor del comunismo. Queremos mandar orientaciones a los responsables de la Iglesia. Sabemos que es valiente y arrojado y quiero saber si podemos contar con usted para esta misión». Aceptó de mil amores, a pesar de los riesgos que corría. Viajó con pasaporte italiano a la Hungría comunista y cumplió su misión. Pero cuando va a coger el tren de vuelta a Viena, lo detectan los espías del KGB, lo detienen, lo someten a un interrogatorio de horas y lo acusan de espionaje. Pero, a las 48 horas y «tras tocar los palillos adecuados, me soltaron y pude regresar». Los palillos son el Vaticano e Israel, los dos Estados para los que trabajaba. -He trabajado incluso más con el Mossad que con el Vaticano. -¿Por qué con los judíos? -Se ve claro en mi cara: soy descendiente de judíos. -¿Se casa bien el sacerdocio católico con el ser un espía judío? -Perfectamente. Jesús fue judío de raza y de religión. Y nunca se salió del judaísmo. No se puede ser cristiano sin ser judío. A través de Roma y del Mossad recibió información privilegiada. Mucha y muy abundante. Cuenta, por ejemplo, que el almirante Canaris, jefe del espionaje de Hitler, era «descendiente de judíos sefarditas expulsados de España en 1492, que se refugiaron en Salónica. Se infiltró en los servicios secretos alemanes y le dictó a Franco la estrategia a seguir en el famoso encuentro con Hitler en Hendaya». Un encuentro del que también tiene información privilegiada. Por el Mossad y porque el traductor que acompañaba a Franco, Antonio Tovar, era amigo íntimo de los Hortelano. Canaris había convencido a Franco de que «sería un desastre para todos que Hitler ganase la guerra, y le aconsejó lo siguiente: 'Usted dígale amén a todo, pero pídale lo que no tiene. Es decir, cañones de costa para defenderse de los ingleses, petróleo y alimentos. Como es muy orgulloso, no le dirá que no lo tiene, pero no lo obligará a entrar en la guerra'. Y Franco, con esa estrategia, nos salvó de la guerra». Para hacer frente al comunismo que amenazaba con extenderse por toda Europa y, sobre todo, a Latinoamérica, Hortelano se dedica a «aprender las técnicas subversivas». De la mano del ex agitador francés G. Sauge. A su lado, se infiltra en las juventudes comunistas alemanas y austriacas y vive, en París, la revolución de mayo del 68, donde conoce al que después sería cardenal de París, Jean-Marie Lustiger, el primer purpurado católico de origen judío. Por sus contactos descubre, asimismo, que, «para conquistar Latinoamérica, los soviéticos iban a aplicar la teoría de Gramsci: ni bombas ni elecciones, sino infiltraciones en la Universidad y en la Iglesia. Y de ahí nace la Teología de la Liberación». -¿Una teología marxista? -En la Teología de la Liberación hay gente buena, como el cardenal Pironio o Helder Cámara. Pero otros, como Hugo Assman, son totalmente marxistas y partidarios de la lucha armada. -¿Y Gustavo Gutiérrez, el llamado padre de esa teología? -Cambió y ahora somos amigos. -¿Y Leonardo Boff? -Es un bluf, que preconizaba el comunismo científico. Una idea muy extendida entre las bases católicas más comprometidas. Cuenta el Padre Hortelano que una vez se le acercó una monja en Bolivia y le dijo: «Los problemas de Latinoamérica se arreglan con la Biblia en una mano y con la Biblia en la otra». Y el religioso le contestó: «Cómo se nota que no ha estado usted en la guerra, porque la metralleta hay que agarrarla con las dos manos y no queda mano libre alguna para la Biblia». Y, tras la anécdota, concluye: «es encomiable la opción por los pobres de la Teología de la Liberación, pero su pecado ha sido coquetear con el comunismo y la violencia». Por tenerlo así de claro, lo quiso fichar la CIA. «El jesuita Veeckmans se me acercó para contratarme para la CIA con un importante sueldo. Pensaron que era el candidato ideal para denunciar a los teólogos radicales. Mandé a la CIA por el tubo de desagüe, con lo que me gané muchos enemigos». Eso sí, pasó más de 30 años paseándose por Latinoamérica, uno de los principales teatros de operaciones del cura espía. Y participando en todos los grandes acontecimientos del continente. Vivió, por ejemplo, todo el proceso que condujo al asesinato de monseñor Romero, obispo de San Salvador. «Había dos candidatos para el arzobispado salvadoreño: Rivera Damas, abierto, y Romero, conservador. Roma eligió al conservador, que pronto se pasó con armas y bagajes a la izquierda». Además, «sus misas se convirtieron en auténticos mítines revolucionarios contra el gobierno militar y por eso lo mataron». De ahí que Hortelano crea que monseñor Romero «nunca será canonizado». Y añade: «Como tampoco subirán a los altares Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuitas de la UCA. Demasiada política de por medio». Hortelano estuvo en Chile desde la llegada de Allende al poder hasta su derrocamiento y asesinato. Recuerda que a su toma de posesión «llegaron Castro y los demás dirigentes de la izquierda marxista leninista del continente». El redentorista español, sentado al lado del cardenal Silva Henríquez, carismático arzobispo de Santiago de Chile, le comentó: -Monseñor, debe de ser muy interesante ser cardenal de Santiago en estos momentos. -Ojalá, padre Hortelano, no lo fuese tanto. Replicó el purpurado. El cura español sostiene que «el Chile de Allende se fue convirtiendo en el imán de todos los revolucionarios del continente y, cuando estalló el golpe de Pinochet, mi impresión es que el 70% de los chilenos estaba a favor. Eso sí, creían que los militares iban a poner orden y se irían, pero se instalaron en el poder, tras cometer muchas atrocidades». Estuvo en el estadio «donde había más de 5.000 personas detenidas» y recuerda que, en medio de la atroz dictadura, «la Iglesia fue la voz de los que no la tenían y organizó la Vicaría de la Solidaridad, presidida durante un tiempo por mi alumno el sacerdote Juan de Castro». Hortelano se relacionaba con todos los bandos. Tanto civiles como eclesiásticos. Fue amigo de Camilo Torres, el cura revolucionario colombiano. Pero también tuvo trato con dictadores como Fujimori o Videla. «Un día, el entonces presidente de la Junta Militar argentina asistía a una boda que celebraba yo y se acercó a comulgar. En el convite me tocó a su lado y le pregunté a bocajarro»: -Presidente, ¿cómo se atreve a comulgar?. -No sea ingenuo, padre Hortelano. Si Rusia ataca con bombas atómicas, Estados Unidos responde con bombas atómicas. Si los montoneros nos atacan con el tiro en la nuca, nosotros les respondemos con el tiro en la nuca. Ustedes, en cambio, dentro de 30 años seguirán soportando a los asesinos de la ETA con el tiro en la nuca. -¿Qué haría usted para acabar con ETA ? -Cinco por uno, incluidas mujeres y niños y el embargo de sus bienes. Como cura que es, el padre Hortelano no está de acuerdo con el cinco por uno de Videla. Pero propone una «receta» cuando menos sorprendente para acabar con la banda terrorista: «Llevaría a todos los presos de ETA a Fuerteventura. Nada de acercamientos. Y si la banda comete atentados materiales, los presos aislados a agua y bananos. Y si mata a alguien, a pan y agua durante cuatro meses». Hortelano admira a los vascos. Aunque dice que él es un «vasco cósmico», asegura que el pueblo vasco «siempre ha sido un pueblo triunfador, hasta que perdió las guerras carlistas». Pero se muestra muy crítico con los obispos vascos y con la Iglesia católica del País Vasco. «ETA la fundó la Iglesia. Y, tras tantos años de terrorismo, es lamentable que no haya muerto ni un solo cura. Mientras ETA no mate a un cura, no creo en los curas ni en los obispos ni en la jerarquía vasca». Lo dice el cura al que el entonces obispo de San Sebastián, Jacinto Argaya, quería que fuese su obispo auxiliar. Y se lo propuso en una reunión secreta que celebraron en el santuario de Loyola. -Quiero que seas mi auxiliar con derecho a sucesión -No puedo, Don Jacinto. No sé vasco y, además, no soy sacerdote diocesano. -Eso no importa. El vasco se aprende. Y eres el único que puede parar la sangría de mis curas, que se están pasando a los abertzales y a ETA. -Lo siento mucho, monseñor, pero no puedo aceptar. No soy la persona idónea. Don Jacinto le confiesa, entonces, que «la alternativa es Setién». Y Hortelano precisa: «Entonces, Setién tenía fama de conservador y daba clases en Salamanca. Pero el conservador Setién les salió abertzale». -¿Qué tal se lleva con monseñor Setién? -Fatal, cada vez que me ve me mira con ojos de hiena. El padre Hortelano aprovecha el caso para criticar la política de nombramientos episcopales de la Iglesia. «Se hacen muy malos nombramientos de obispos. Por eso son tan malos y tan grises los que tenemos. Además, deberían elegirse sólo para nueve años. Lo que no se hace en ese tiempo, ya no se hace». Profundo conocedor de los entresijos más ocultos de la Santa Sede, Hortelano habla sin pelos en la lengua de los papas. -¿Su Papa preferido? -Juan XXIII. -¿Qué opina de Benedicto XVI? -Es un profesor de teología sin chispa ni carisma. -¿Y de Juan Pablo II? -Teológicamente, era malísimo y, además, relegó a los religiosos. Pero también reconoce los méritos de Woj tyla. «El Muro de Berlín cayó gracias a Juan Pablo II, aliado con Reagan». Y desvela un secreto de su pontificado. En su intento por acabar con el comunismo, «el presidente de los EEUU y el Papa se intercambiaban a diario todos los informes más reservados que cada uno de ellos recibía. Todas las mañanas, Reagan mandaba sus informes al Papa y éste le enviaba la información más caliente que recibía de todas las nunciaturas». A juicio del sacerdote-espía, «ése fue un gran error de Juan Pablo II». SECRETOS VATICANOS Y sobre todo le reprocha el escándalo del IOR, el Banco del Vaticano y el haber confiado las finanzas de la Iglesia a monseñor Marcinckus. «Se lo ofreció el arzobispo de Baltimore, pero ya en USA Marcinckus estaba relacionado con la mafia. Por eso, cuando se produjo la quiebra del Banco Ambrosiano, que dejó un agujero en el IOR de más de mil millones de dólares, Marcinckus quiso taparlo negociando la deuda con la mafia. Al final, tras varios muertos, el Vaticano pidió a los religiosos que se hiciesen cargo de la deuda. Aceptaron pero con la condición de quedarse con la gestión de las finanzas vaticanas. El Papa no quiso y, entonces, apareció el Opus Dei que, a través de Rumasa, tapó el agujero de Roma a cambio de la prelatura personal y de la canonización del fundador de la Obra». Pasadas esas turbulencias y desde su atalaya de hombre de Iglesia, el padre asegura que la institución «necesita cambios estructurales, pero sin dinamitarla». Es decir, «hay que hacer lo mismo que con las viejas catedrales: limpiarlas, pero conservando todo lo demás». En esta clave se atreve a escribir una «última carta al Papa». En ella le propone «con humildad» una serie de consejos concretos para reformar la Iglesia. Le pide una Iglesia «más equilibrada y más femenina». Con curas casados y mujeres sacerdotes. Con obispos elegidos por un período de 9 años y la supresión del colegio cardenalicio. Porque al Papa lo elegiría «una representación de todo el pueblo de Dios». Y, por último, le pide que «promueva la integración de la Iglesia con el judaísmo». ROTA, GIBRALTAR Y LAS MEMORIAS Torrente inagotable de informaciones, el padre Hortelano deja la Iglesia y pasa a asuntos de la actualidad. Y asegura que «Gibraltar, ahora de moda por el viaje de Moratinos, es una bobada, que se solucionaba haciendo esperar ocho horas diarias en la frontera a los llanitos que pasan a España, donde suelen vivir». A su juicio, el problema es la base de Rota. -¿Por qué? -Porque Rota es un enorme almacén de bombas nucleares, por si estalla una guerra atómica en Oriente Medio. -¿Con qué datos asegura eso, padre? -Con las bases documentales del Vaticano y del Mossad, y con la información privilegiada de muchos servicios secretos. Posa con paciencia para las fotos, nos estrecha la mano y nos dice, a guisa de despedida: «Como seguramente no os vuelva a ver, que Dios os bendiga». Y se vuelve a su cuarto apoyado en su andador. El cura espía ha testado y su testamento saldrá pronto en forma de libro de memorias. Porque, como le gusta decir, «sólo la verdad nos hace libres». Y para conseguir algo de dinero para la niña de sus ojos: el kibutz que fundó, hace años, en México. |
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sábado, 23 de marzo de 2013
EL CURA ESPIA
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