No habiéndoles cabido tanta desgracia sino que pudieron continuar en los trabajos
minerales, prosiguen alejándose de este mundo superficial yentrándose en el subterráneo hasta
250 ó 300 varas de profundidad , descolgándose de la faz de la tierra a sus cavernas oscuridad
,
ya por cinteros o cordeles por medio de los tornos, o ya por escaleras perpendiculares
clavadas en las paredes de los mismos tornos . ¡Cuántas desdichas padecen estos operarios
en este primer paso de entrada a nuestras minas! Unas veces se rompe la maroma, otras se
dispara el huso y otras la misma escalera se desclavó; y se ven los que andan tan peligroso
camino llegar rodando a lo profundo con heridas de mucha gravedad y contusiones mortales
, si no llegaron muertos ya, hechos pedazos sus cuerpos infelices, sin tiempo para recibir el
sacramento de extrema-unción.
Verificado alguno de estos infortunios dentro de las minas, ya sea bajando a ellas,ya por los barrenos, ya por hundimientos, ya por prontas avenidas de aguas o por otros motivos, se experimenta el mayor conflicto y turbación. Es grande desconsuelo ver un triste minero en medio de aquella lobreguez, gimiendo o agonizando a su compañero, roto un brazo o pierna, abierta la cabeza, herido mortalmente o ya difunto, rodando por el suelo sus sesos. Pues, ¡qué es verle subir por un torno metido en un serón sin tener el miserable en la oscuridad del tránsito dilatado ni amigo que le consuele, ni cristiano que le ayude a bien morir, ni luz que le anime, sirviéndole muchas veces este desdichado transporte y agitación violenta de nada más que de adelantarle la muerte!
¡Qué contristación sería para todo el pueblo tocar aceleradamente la campana para la santa unción para alguno de estos así lastimados, cuando fue forzoso providenciar el que para tales casos no se tañese campana alguna! Aún hoy al menor susurro de alguna desgracia la mujer, la hija, los hijos corren llenos de temor por estas calles a la boca de la mina hasta saber si le cupo a su marido, a su hijo o a su padre la ruina. Todo el lugar se conmueve; y si es de noche, sirven las sombras para abultar cuidados a los interesantes, por ser muy pocos o ninguno el que no tenga encerrado en la mina a su padre, a su hijo, a su marido, a su pariente o amigo.
El mar de congojas es cuando la fiel casada o la triste viuda ven entrar por su casa a su moribundo o cadáver marido o hijo que poco antes había salido de ella sano y bueno. No hay pluma para esta lúgubre oración; pues jamás pintará la pluma más que sombras de aquellos lamentos ni dirá la lengua más que ápices de aquella confusión. Sólo los ojos pueden saber lo que allá se ofrece de ternuras. Y también los ojos ignoran allá mucho de ellas; pues no tienen corazón para ver tantas lágrimas.
¡Qué contristación sería para todo el pueblo tocar aceleradamente la campana para la santa unción para alguno de estos así lastimados, cuando fue forzoso providenciar el que para tales casos no se tañese campana alguna! Aún hoy al menor susurro de alguna desgracia la mujer, la hija, los hijos corren llenos de temor por estas calles a la boca de la mina hasta saber si le cupo a su marido, a su hijo o a su padre la ruina. Todo el lugar se conmueve; y si es de noche, sirven las sombras para abultar cuidados a los interesantes, por ser muy pocos o ninguno el que no tenga encerrado en la mina a su padre, a su hijo, a su marido, a su pariente o amigo.
El mar de congojas es cuando la fiel casada o la triste viuda ven entrar por su casa a su moribundo o cadáver marido o hijo que poco antes había salido de ella sano y bueno. No hay pluma para esta lúgubre oración; pues jamás pintará la pluma más que sombras de aquellos lamentos ni dirá la lengua más que ápices de aquella confusión. Sólo los ojos pueden saber lo que allá se ofrece de ternuras. Y también los ojos ignoran allá mucho de ellas; pues no tienen corazón para ver tantas lágrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario