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miércoles, 5 de septiembre de 2012

LOS PADECIMIENTOS DE LOS MINEROS



A la Real Sacra Católica Magestad
del Señor Carlos III
Señor:
Si no fuese tan gloriosamente manifiesta la fortaleza de corazón que anima a Vuestra
Real Magestad, no me atreviera a poner a los ojos de Vuestra Real Consideración el catástrofe
morboso de estas minas de azogue de Almadén; pues temiera que la funesta narración de los
atroces efectos de sus efluvios llenase de espanto a Vuestro Real Ánimo. Antes bien,
ostentándose tan valerosamente magnánimo el espíritu de Vuestra Magestad, juzgo por uno de
sus /fol. 1 v.  inmensos timbres tener dentro de su imperio una parte de la naturaleza enemiga de la vida de estos mineros sujeta a las poderosas providencias de Vuestra Real Magestad para
contenerla; pues en la declarada competencia de derramarse aquélla en perniciosas
respiraciones contra las de los operarios y Vuestra Magestad en combatirlas, parece distinguirse más Vuestro Paternal Amor a los vasallos en beneficiarlos que aquella cruel madre en inventarles tiranías. Está el presente reinado de España presidido por un príncipe, verdadero sol
de región tan feliz; pues cuanto el planeta desde su esfera protege a los sublunares dándoles vida
y salud, tanto Vuestra Real Humanidad desde el trono les comunica de salud y vida a estos
operarios de azogue. ¡Aspectable empeño el de Vuestra Real Magestad y el de la naturaleza! Ésta
en abreviar lastimosamente /fol. 2/ dentro de estos subterráneos de cinabrio sus días laboriosos
a los mineros, y Vuestro Poder Amoroso en sanarles sus dolencias y prolongarles la vida. Este
Real Hospital de minas de mercurio es el teatro en que dislacerados los mineros representan con
viveza los no oídos hasta aquí rigores con que la naturaleza los extenúa. Y el mismo Real
Hospital es glorioso teatro en que a expensas de Vuestro Real Poder se aniquilan los morbosos
productos de los áspides minerales. Decía Virgilio haber tenido divididos imperios Júpiter y
Augusto. Pero realmente no tuvo el César parte alguna en pacificar la borrasca de la noche que antecedió al día de sus espectáculos. Yo dijera más propiamente tener Vuestra Real Magestad parte con la naturaleza en el dominio de estos cóncavos de azogue; ella, reinante pedánea de los
males con que aflige; y Vuestra Real Magestad, /fol. 2 v./ príncipe soberano, a quien se apela de aquellos males.
Uno soy, Señor, de los individuos de dichas minas a quien no sé si en mi destino habrá
debilitado la naturaleza el entendimiento para un buen discurso como a los fosores (1) el cuerpo
para sus maniobras. Permítame, pues, Vuestra Real Clemencia el amparo que solicito a los pies
del trono para mi protección, como lo hallan en Vuestra Real Piedad los demás dependientes
para su defensa; pues espero que a la sola benéfica sombra de los pies de Vuestra Real Magestad
hallen los achaques de esta obra el remedio que ella necesita.
Dios prospere la vida y salud de Vuestra Real Persona cuanto desean y necesitan estos
reinos y Reales Minas de Azogue para su felicidad.
Almadén, 16 de mayo de 1778
Señor besa los pies de Vuestra Real Majestad su más humilde vasallo
Dr. José Parés y Franqués 
No habiéndoles cabido tanta desgracia sino que pudieron continuar en los trabajos
minerales, prosiguen alejándose de este mundo superficial y

entrándose en el subterráneo hasta

250 ó 300 varas de profundidad , descolgándose de la faz de la tierra a sus cavernas oscuridad


ya por cinteros o cordeles por medio de los tornos, o ya por escaleras perpendiculares 

clavadas en las paredes de los mismos tornos . ¡Cuántas desdichas padecen estos operarios
 en este primer paso de entrada a nuestras minas! Unas veces se rompe la maroma, otras se

dispara el huso y otras la misma escalera se desclavó; y se ven los que andan tan peligroso
camino llegar rodando a lo profundo con heridas de mucha gravedad y contusiones mortales

, si no llegaron muertos ya, hechos pedazos sus cuerpos infelices, sin tiempo para recibir el
sacramento de extrema-unción.

Baja cada pobre minero hecho otro Isaac, llevando a cuestas la materia que muchas veces lo es para su funesto sacrificio; pues descienden tan dilatados tramos de escaleras cargados sobre sus hombros de las herramientas para barrenos que suelen acabar con sus vidas. Formados los barrenos para arrancar la piedra mineral, cargado y atacado y pegado con la mayor vigilancia, se dispara muchas veces intempestivamente antes de poderse retirar el minero a sitio seguro; cuando los peñones en que revienta el hastial y la misma pólvora encendida dejan manco a uno, entuertan a otro, a otro le quemaron ojos y cara y a infinitos dejaron cadáveres en el mismo sitio.


Verificado alguno de estos infortunios dentro de las minas, ya sea bajando a ellas,ya por los barrenos, ya por hundimientos, ya por prontas avenidas de aguas o por otros motivos, se experimenta el mayor conflicto y turbación. Es grande desconsuelo ver un triste minero en medio de aquella lobreguez, gimiendo o agonizando a su compañero, roto un brazo o pierna, abierta la cabeza, herido mortalmente o ya difunto, rodando por el suelo sus sesos. Pues, ¡qué es verle subir por un torno metido en un serón sin tener el miserable en la oscuridad del tránsito dilatado ni amigo que le consuele, ni cristiano que le ayude a bien morir, ni luz que le anime, sirviéndole muchas veces este desdichado transporte y agitación violenta de nada más que de adelantarle la muerte! 

¡Qué contristación sería para todo el pueblo tocar aceleradamente la campana para la santa unción para alguno de estos así lastimados, cuando fue forzoso providenciar el que para tales casos no se tañese campana alguna! Aún hoy al menor susurro de alguna desgracia la mujer, la hija, los hijos corren llenos de temor por estas calles a la boca de la mina hasta saber si le cupo a su marido, a su hijo o a su padre la ruina. Todo el lugar se conmueve; y si es de noche, sirven las sombras para abultar cuidados a los interesantes, por ser muy pocos o ninguno el que no tenga encerrado en la mina a su padre, a su hijo, a su marido, a su pariente o amigo.
El mar de congojas es cuando la fiel casada o la triste viuda ven entrar por su casa a su moribundo o cadáver marido o hijo que poco antes había salido de ella sano y bueno. No hay pluma para esta lúgubre oración; pues jamás pintará la pluma más que sombras de aquellos lamentos ni dirá la lengua más que ápices de aquella confusión. Sólo los ojos pueden saber lo que allá se ofrece de ternuras. Y también los ojos ignoran allá mucho de ellas; pues no tienen corazón para ver tantas lágrimas.

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