ALMADEN MI PU
SEVILLA
“Es una urbe embelesada en su belleza y su irrefrenable atracción.
Una ciudad capaz de doblegar al más insensible viajero.”
Manuel Mateo Pérez, escritor español
Inicio o destino del viaje por la “Ruta Real del Azogue”, Sevilla se nos muestra como una ciudad moderna, pero a la vez fruto de su propia historia, como una gran señora que ha sabido evolucionar en sus más de dos mil años de historia, pero sin dejar de mirar a su incomparable patrimonio humano, artístico, cultural, gastronómico, que la han convertido sin lugar a dudas en una de las ciudades con mayor variedad de matices y más bellas del mundo.
Ciudad que vivió su edad de oro, que bien pudiéramos denominar de plata en honor a la gran cantidad de este metal que arribó en su puerto, entre los siglos XVI y XIX, desde que en 1504 se estableciera en ella la Casa de Contratación que monopolizó el comercio con las Indias occidentales.
Pero Sevilla es más que esto, vestigios romanos diseminados en sus fachadas y edificios nos hablan de una gran urbe que junto a la imperial y cercana Itálica jalonaban el paso del rio Betis por la provincia Bética romana. Su urbanismo, sus murallas, su Torre del Oro, La Giralda, nos cuentan que un día fue importante ciudad andalusí, capital de uno de los reinos de Taifas más importantes de la Península, donde convivieron musulmanes, judíos y cristianos, y que por su riqueza fue objeto de deseo de los reyes castellanos. La llegada de los cristianos la inundó de plazas y templos, que se sucedieron tanto por el núcleo urbano como por sus arrabales, y que configuran una ciudad cristiana pero que nunca dejó atrás por completo sus profundas raíces andalusies, como lo demuestran sus abigarradas decoraciones de filigranas, de tracerías, propias del arte musulmán en la península.
La llegada al Nuevo Mundo trajo consigo nuevos aires de riqueza y grandeza a la ciudad, que se llenó de palacios, nuevos templos, edificios propios de una ciudad que si bien no llegó a ser corte, si fue el centro económico y cultural del que en aquel momento fue el Imperio más grande jamás conocido. Su puerto, sus Reales Atarazanas y la sempiterna Torre del Oro fueron testigos de la llegada del Azogue que partía hacia las Indias en la “Armada”, y que tornaba convertido ya en plata. Una plata de la que toda Europa se benefició y que se constituyó en el maná necesario para el nacimiento y crecimiento de la economía mercantil, y de un incipiente proceso industrializador que con el tiempo cambiaría el mundo tal y como se conocía hasta el momento.
El siglo XIX se inició con una epidemia de fiebre amarilla, el traslado de la casa de contratación a la ciudad de Cádiz, y la invasión francesa de la ‘península que sumió en una progresiva decadencia a la otrora gran urbe sevillana. Pero no por ello se quedó atrás en los importantes movimientos sociales y tecnológicos que esta decimonovena centuria trajo aparejados. Buena muestra de ello pueden ser las excelentes estaciones de ferrocarriles existentes en la ciudad, su puente de Isabel II, o de Triana, por poner algunos de los ejemplos más sobresalientes.
En los albores del siglo XX la ciudad hispalense crecía tímidamente apoyada en la ya iniciada construcción de los denominados caminos de hierro y en el derribo parcial de sus murallas almorávides. Pero el primer gran acontecimiento de la centuria se produjo en 1929, con la primera gran exposición universal celebrada en la capital andaluza. Su celebración trajo consigo importantes renovaciones urbanas y arquitectónicas protagonizadas por D. Anibal González. Pero el estallido de la Guerra Civil y la dictadura militar paralizó el empuje de del primer tercio del siglo. Hasta los años 60 y sobre todo tras la llegada de la democracia Sevillla no volvería a coger el frenético pulso de su historia, que desemboco en un importante crecimiento urbano, su proclamación como capital de la Junta de Andalucia de la España de las autonomías y la organización en 1992 de la segunda Esposición Universal, que permitió la modernización de gran parte de sus infraestructuras.
La construcción del metro sevillano, paralizado años atrás, la peatonalización parcial del centro sevillano, la reciente construcción de las “setas de la Encarnación”, y el decisivo impulso de su industria turística muestran a las claras que Sevilla, apoyada en sus gentes, no le pierde la cara a la modernidad, situándose como una de las ciudades de referencia del estado español y de la Unión Europea. La ciudad hispalense recupera poco a poco pero con paso firme su sitio, una posición que quizá nunca debió abandonar.
Sevilla, como bien definió el periódico británico The Guardian en 2008, es “…simplemente una de las ciudades más bellas del mundo, con una historia que atraviesa siglos y maravillosos monumentos y edificios junto a frondosos parques con el sereno río Guadalquivir discurriendo por el centro de la ciudad.”
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