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sábado, 25 de junio de 2011

PODEMOS ESTAR SOLOS SIN ESTARLO

   Los seres vivos en términos generales constituyen parejas y se aparean y transitan por la vida de a dos. Esta es una verdad incontrovertible, pero a nivel de los seres humanos las cosas son algo más complicadas. En determinado momento del curso de nuestra vida, surge la necesidad de unirse a otra persona para iniciar un proyecto común, basado en la atracción física como uno de los elementos de mayor peso, la riqueza interior de ese ser humano y su forma de pensar y de sentir.
                   El llamado “amor a primera vista”, en realidad no existe. Lo que sí existe es “el flechazo”, ese impacto tremendo que se produce en el interior de un individuo cuando se cruza con otra persona que le hace vibrar hasta la última de sus células. Pero eso no es amor verdadero, eso es una atracción poderosísima, una química muy especial como habitualmente le llamamos, que enciende una pasión y una necesidad de compartir la mayor parte del tiempo y de nuestra vida con esa persona.
                   Recién el tiempo que transcurre hace que podamos conocer las características que adornan a ese hombre o a esa mujer, para ir profundizando el enamoramiento; definirlo es muy difícil ya que el amor es algo intangible, pero podríamos decir que es la necesidad imperiosa de estar junto a quien se ama a toda hora.
                   Hasta aquí un resumen muy apretado de cómo comienza un vínculo y cómo puede llegar a desarrollarse el amor entre dos seres humanos. Pero la realidad nos muestra circunstancias muy diferentes a medida que el tiempo pasa y los conflictos y los problemas van apareciendo, deteriorando sobremanera lo que en un principio pareció un pacto para toda la vida.       
                   La soledad puede sobrevenir de dos maneras bien diferentes: una es la soledad impuesta, es decir, se produce una ruptura en la relación amorosa, o por algún accidente o enfermedad desaparece uno de los integrantes de la pareja. Esto por supuesto que es una situación inesperada y que genera una gran angustia en quien permanece y sufre la pérdida.
                  Pero también está la soledad elegida, que es aquella situación dónde un hombre o una mujer deciden porque así lo consideran pertinente, permanecer solos y decidir libremente lo que desean hacer con su vida. Ésta última soledad elegida es el mejor espacio para el conocimiento interior, para definir lo que uno quiere para su vida, y para delinear pautas de conducta para el presente y para el futuro. La soledad elegida no tiene porqué ser un estado permanente, sino que es un período en la vida del individuo cuyos límites son definidos por él mismo.
                   Se puede estar solo en medio de una multitud, y se puede estar acompañado y contenido cuándo a la soledad le agregamos un trabajo interior de introspección y de definición de nuestro camino existencial.
                   A nivel de las relaciones amorosas, siempre le recomiendo a mis pacientes indistintamente que sean del sexo femenino o masculino, que luego de un divorcio o de una ruptura, controlen la tendencia o la necesidad de sustituir su pareja anterior por una nueva, porque hay un periodo de vulnerabilidad extrema, dónde es posible cometer nuevos errores, quizá aún más graves de los que pudieron haber cometido antes. Esto a veces no se entiende, porque el argumento esgrimido es que hay que salir con urgencia de la angustia y de la depresión que generan las rupturas.
                   Algo ha pasado cuando una relación se termina, y si no nos tomamos el tiempo para analizar con serenidad lo sucedido, es muy probable que cometamos los mismos errores una y otra vez. Es justamente la soledad la que nos ayudará aún con lágrimas corriendo por nuestras mejillas, tomar conciencia de cómo hemos actuado, y recién cuándo las heridas del alma estén cicatrizadas o a punto de hacerlo, recién allí intentar nuevas experiencias en nuestra vida.
                   La sociedad estigmatiza a quien está sólo, y no es bien mirado ni aceptado si alguien va solo o sola a un restaurante, a un cine o a un teatro. ¿Pero aquí quien es el responsable? ¿Quién piensa así, o nosotros que somos muy permeables a la opinión de los demás? Puedo entender que a una persona no le resulte agradable concurrir sólo a un espectáculo, pero no siempre lo que vemos con nuestros ojos, reflejan la verdad.
                   Muchas pacientes solas, añoran viejos tiempos cuándo ven en la calle parejas que van abrazadas, o que van de la mano en un supuesto estado de éxtasis amoroso. Las estadísticas de violencia doméstica nos hablan a las claras, de que no todo es oro lo que reluce, y lo que uno puede ver no siempre es el reflejo de la realidad.
                   Creo que debemos ubicarnos en el término justo; vivir de a dos y en armonía sería lo ideal. Pero tampoco podemos ni debemos titular a la soledad como una enfermedad terminal ni mucho menos.
Tomémosla como un espacio de aprendizaje, y mentalicémonos acerca de que podemos estar solos, sin estar solos. Una buena música, un tiempo para pensar en nosotros, un tiempo para atender nuestro cuerpo físico y emocional, son sólo algunas muestras de lo que podemos hacer en soledad.

         De modo que si alguna lágrima humedeció tu mejilla, rápidamente sécala y cámbiala por una sonrisa. Ganarás en años de vida y en satisfacción. Cuándo llegue el momento, la soledad se transformará en una nueva situación acorde a tus expectativas.

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