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domingo, 25 de enero de 2015

LOS ROBLES -Rosalia de Castro

Ya no entonan en ellas los pájaros sus canciones de amor,
ni se juntan cuando mayo alborea
en la fronda que quedó de sus robles desnuda.
Sólo el viento al pasar trae el eco del cuervo
que grazna,del lobo que aúlla.
Una mancha sombría y extensa borda
a trechos del monte la falda,
semejante a legión aguerrida
que acampase en la abrupta montaña
lanzando alaridos de sorda amenaza.
Son pinares que al suelo, desnudo de su antiguo ropaje, le prestan
con el suyo el adorno salvaje que resiste del tiempo a la afrenta
y corona de eterna verdura las ásperas breñas
Árbol duro y altivo, que gustas de escuchar el rumor del Océano
y gemir con la brisa marina de la playa en el blanco desierto,
¡yo te amo!,
y mi vista reposa con placer en los tibios reflejos
que tu copa gallarda iluminan cuando audaz se destaca en el cielo,
despidiendo la luz que agoniza,saludando la estrella del véspero.
Pero tú, sacra encina del celta, y tú, roble de ramas añosas,
sois más bellos con vuestro follaje que si mayo las cumbres festona
salpicadas de fresco rocío donde quiebra sus rayos la aurora,
y convierte los sotos profundos en mansión de gloria.
Más tarde, en otoño,cuando caen marchitas tus hojas,
¡oh roble!, y con ellas generoso los musgos alfombras,
¡qué hermoso está el campo, la selva, qué hermosa!
Al recuerdo de aquellos rumores que al morir el día
se levantan del bosque en la hondura
cuando pasa gimiendo la brisa
y remueve con húmedo soplo tus hojas marchitas
mientras corre engrosado el arroyo
en su cauce de frescas orillas,
estremécese el alma pensando
dónde duermen las glorias queridas
de este pueblo sufrido, que espera
silencioso en su lecho de espinas
que suene su hora y llegue aquel
día en que venza con mano segura,
del mal que le oprime,la fuerza homicida.
Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra cariñosa
a la escueta montaña donde un tiempo la gaita
guerrera alentó de los nuestros las almas y compás
hizo al eco monótono del canto materno,
del viento y del agua, que en las noches del invierno
al infante en su cuna de mimbre arrullaban.
Que tan bello apareces, ¡oh roble!
de este suelo en las cumbres gallardas
y en las suaves graciosas pendientes
donde umbrosas se extienden tus ramas,
como en rostro de pálida virgen
cabellera ondulante y dorada,
que en lluvia de rizos acaricia la frente de nácar.
¡Torna presto a poblar nuestros bosques,
y que tornen contigo las hadas que algún tiempo
a tu sombra tejieron del héroe
gallego las frescas guirnaldas!

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